Hay historias (anécdotas, recuerdos, vivencias) que la gente normalmente no comparte, no necesariamente porque no quiera, sino porque son tan significativas, o largas, o complicadas, que contarlas supondría al menos unos diez minutos de lo que idealmente sería la atención total e ininterrumpida del interlocutor. Precisamente por eso, estas historias tienen algo de sagrado, y nadie que no esté verdaderamente interesado en oírlas debería tener que hacerlo.
Algo muy curioso me pasa con estas historias, ya que yo personalmente procuro no sacar a relucir de ellas más de lo estrictamente necesario en cada ocasión. Pero sule pasar que alguien pregunta sobre algún comentario en particular, y aún después de escuchar que es una historia larga y complicada, insisten en querer escucharla.
La cosa es que normalmente, aún antes de que la historia tome forma, termina dándose la vuelta y tratándose sobre 'algo muy similar me pasó una vez' o 'te entiendo totalmente, porque a mí...', etc.
Había tal vez que de plano hacer el disclaimer desde el principio y avisar que la narración siguiente es tan importante que para escucharla hay que comprometerse por escrito a a) escucharla completa, tome lo que tome; b) responder adecuadamente con gestos, exclamaciones, inultos, juicios y comentarios breves en las pausas apropiadas; c) hacer preguntas relevantes y preferiblemente fruncir el ceño o abrir ligeramente la boca durante la respuesta para denotar proceso mental de asimilación; y d) discutir, evaluar, comentar, teorizar y filosofar sobre la historia durante los minutos siguientes a la conclusión de la narración de la misma.
Si no pueden acoplarse mejor ni pregunten, carambas.
Seguro por eso Dios ya no toma preguntas del público.
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