31 de marzo de 2010

Que no cunda el pánico.

Muy lejos en las inexploradas aguas del extremo menos popular del brazo espiral occidental de la galaxia se encuentra un pequeño sol amarillo sin importancia.

Orbitándolo a una distancia de aproximadamente noventa y dos millones de millas hay un pequeño e insignificante planeta azul y verde cuyas formas de vida descendidas de los simios son tan sorprendentemente primitivas que aún piensan que los relojes digitales son una idea fantástica.

Este planeta tiene – o más bien, tenía – un problema, el cual era éste: la mayoría de la gente en él era infeliz una gran parte del tiempo. Se sugirieron muchas soluciones a este problema, pero la mayoría tenían mucho que ver con el movimiento de papelitos verdes, lo cual es extraño porque en realidad no eran los papelitos verdes los que eran infelices.

Así que el problema permaneció; mucha de la gente era mala, y la mayoría era miserable, hasta los que tenían relojes digitales.

Cada vez más de ellos opinaban que habían cometido un gran error en bajar de los árboles en primer lugar. Y algunos decían que inclusive los árboles habían sido una mala decisión, y que nadie debió haber dejado los océanos.

Y entonces, un jueves, casi dos mil años después de que un hombre había sido clavado a un árbol por decir que sería fantástico sería ser amable con la gente para variar, una chica sentada sola en una pequeña cafetería en Rickmansworth se dio cuenta repentinamente de lo que había estado mal todo ese tiempo, y finalmente supo cómo el mundo podía hacerse un lugar bueno y feliz. Esta vez el momento era el indicado, funcionaría, y no habría que clavar a nadie a nada.

Tristemente, antes de que pudiera llegar hasta un teléfono para contarle a alguien al respecto, una catástrofe terriblemente estúpida ocurrió, y la idea se perdió para siempre.

Esta no es la historia de la chica.

Pero es la historia de esa catástrofe terriblemente estúpida y de algunas de sus consecuencias.

También es la historia de un libro, un libro llamado La Guía del Viajero Intergaláctico – no un libro terrestre, que nunca fue publicado en la Tierra, y que, hasta que la terrible catástrofe ocurrió, nunca había sido visto por un terrícola.

A pesar de eso, un libro totalmente notable.

De hecho tal vez fuera el libro más notable que hubiera salido de las grandes casas editoriales de la Osa Menor – de las cuales ningún terrícola había oído hablar tampoco.

No sólo es un libro notable, también es uno altamente exitoso – más popular que el Ómnibus de Cuidado del Hogar Celestial, mejor vendido que Cincuenta Cosas Más que hacer en Gravedad Cero, y más controversial que la trilogía de éxitos editoriales filosóficos de Oolon Colluphid, Lo que Dios Hizo Mal, Algunos Más de los Más Grandes Errores de Dios y Para todo esto, ¿Quién el tal Dios?

En muchas de las civilizaciones más relajadas del Borde Occidental Exterior de la Galaxia, la Guía del Viajero Intergaláctico ya ha suplantado a la gran Enciclopedia Galáctica como el depósito estándar de todo el conocimiento y sabiduría, ya que aunque incluye muchas omisiones e información apócrifa, y al menos localmente inexacta, se coloca por encima de la otra, más antigua y primitiva obra, en dos aspectos importantes.

Primero, es un poco más barata; y segundo, tiene las palabras “No entres en pánico” escritas con letras grandes y amigables en la portada.

Pero la historia de este terrible, estúpido jueves, la historia de sus extraordinarias consecuencias, y la historia de cómo estas consecuencias están inextricablemente entretejidas con este notable libro, comienza de manera muy simple.

Comienza con una casa.

The Hitchhiker's Guide to the Galaxy

La Jenaro es el nuevo Chichen Itzá

Iba a haber un concierto de Muse en el lugar más solicitado de Yucatán: el patio del colegio Jenaro Rodríguez Correa. Esto resultó ser de lo más conveniente, porque como mi abuelita vive casi justamente enfrente, pude quedarme en su casa relajándome, con la seguridad de que escucharía el concierto cuando empezara. Así que cuando Muse tocó la primera canción, que anunciaba que el concierto estaba por comenzar (que estaba pensando que era ilógico, pero Sonex hizo eso en Playa con Balajú, ahora que lo pienso). Así que, después de escuchar la primera canción desde el cuarto de mi abuelita, salí para la escuela.

Me tomé mi tiempo. No había mucha gente, así que llené mi botella de agua en los bebederos y pasé. Estaba casi vacío, porque los mexicanos somos impuntuales. Aunque teníamos boletos de piso general, había tan poca gente que Ana y yo nos sentamos en la bardita que dividía piso general y platino general. La banda ya estaba ahí, pero con ellos estaba alguien a quien conozco. No sé quién era.

Creo que entonces fue que desperté. Eran como las 6 y algo. Me volví a dormir.

Supongo que en algún momento me fui a dormir a casa de mi abuelita, y cuando desperté, averigüé, y resultó que seguían tocando, pero en el patio. Así que igual, fui. Dom estaba ahí. Matt Bellamy estaba contando chistes en la cocina con alguien más.

No estuvo mal. Supongo que eso es lo que pasa cuando lees a Douglas Adams antes de dormir.
 

29 de marzo de 2010

Are we good friends or good people?


El ser humano es orgulloso para muchas cosas, pero para nada tanto como lo es en lo que concierne a sus sentimientos.  Retaría a quien se considerase inocente a tirar la primera piedra, excepto que seguramente más de una persona lo haría sin dudar. Nadie quiere admitir que teme, que desconfía o que duda.  Nadie quiere aparentar vulnerabilidad, a pesar de que nadie es invulnerable.  Pensamos que vulnerabilidad es sinónimo de debilidad, cuando una debilidad es una carencia, mientras que decirse vulnerable significa admitir que se es susceptible a ser herido.  Y ¿quién no es susceptible a ser herido? ¿quién considera tener un corazón que late, una carencia?

Paulo Coelho escribió hace poco que el amor es un constante estado de ansiedad, un campo de batalla; que está compuesto de éxtasis y agonía.  Es un campo de batalla porque es literalmente una lucha de poderes, un constante estira y afloja en el cual ninguna de las dos partes quiere ser el que quiere más, porque todos saben que el que quiere menos manda, y que abrirse y sincerarse y hablar con la otra persona sobre sentimientos es un error que invariablemente tendrá consecuencias que muy probablemente acaben con la relación.  Y ahí está la agonía y el éxtasis: si me siento querida, estoy en éxtasis, pero tengo miedo de corresponder, y lo hago veladamente, o no lo hago; la otra persona, al no sentirse correspondida, retrocede, en agonía, y las cosas se "nivelan" cuando yo doy un paso para mostrarle a la otra persona que la quiero, y el proceso comienza de nuevo.

Qué fácil sería sólamente hablar.  Pero no hablamos porque tenemos que balancear el cuidado de nuestra guardia con el respeto a los sentimientos de la otra persona, y es más fácil dejar que las acciones hablen por nosotros.  Las palabras pueden no ser verdaderas, pero el lenguaje de las acciones es confuso y prolonga la agonía, la paranoia y la frustración ante una situación que nos rompemos la cabeza tratando de entender.

¿Somos buenos amigos o buena gente? Ése es uno de mis mayores temores en lo que a relaciones humanas se refiere.  ¿Somos tú y yo, o somos dos personas que coexisten en un tiempo y espacio?

Alguna vez leí que en la Biblia se mencionaba que el corazón del hombre es de barro, y que en él está romperlo para sustituirlo por uno de carne.  De ahí que aquella canción diga "Take this heart and make it break." ¿No es fascinante? Un corazón que no se rompe, no late.  No vive de verdad.  No tiene historia, no tiene nada qué decir, no ha aprendido nada porque no se ha usado. Nadie quiere tener un corazón roto, pero un corazón roto es la evidencia de un corazón que se entregó de verdad, y ¿no es eso hermoso?

Toma más valor el aceptar y abrazar la vulnerabilidad propia que fuerza el esconderla.

22 de marzo de 2010

Marzo nunca falla

Y de los Marzos que recuerdo, éste pinta para ser uno de los mejores. Ah, Marzo. Te quiero, Marzo. Nunca te acabes.

♥ Marzo.