Creo que lo que más me sorprendió fue la sensación de comodidad, de pertenencia, de satisfacción que sentía estando ahí, donde no he estado en casi cinco años. Era como al principio, cuando todo era perfecto y la simple conciencia de estar ahí era suficiente. No recuerdo mucho más, excepto que todo era tan perfecto, que encontré en mí lo que era necesario para pedirle que esa vez no me volviera a dejar, y supe que no pensaba hacerlo. Verdaderamente todo era perfecto.
No se necesita gran cosa para descolocarme. Estuve días entre la tristeza de sentir que lo perdí y la del temor de que, a algún nivel, aún siento que me hace falta, y que sería capaz de pedirle algo así, aun a pesar de cómo terminaron las cosas. A pesar de saber que no había nada.
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