Después de casi tres años de ausencia, ya tocaba.
La verdad es que no sigo el fútbol. No sé nada de clubes ni de ligas, y muy poco de jugadores y torneos. Pero la verdad es que cuando llega el mundial, me encanta ver los partidos, todos los que se pueda, y pienso que es en gran parte por lo siguiente, que le expliqué a una amiga (norteamericana, de dónde más) cuando dijo hace cuatro años que no entendía el atractivo de un montón de fulanos corriendo tras una pelota.
El fútbol, como muchos otros deportes, es en realidad un juego: es algo que un niño pudo haber inventado en el patio de su casa para pasar el tiempo con sus amiguitos. Si en realidad se piensa, la mayor parte de los deportes son un poco ridículos: "¡a ver quién brinca más alto! ¡a ver quién corre más rápido! ¡a ver quién puede pasar esta pelota por ese aro más veces!" En lo que a juegos se refiere, el fútbol soccer podría bien ser el más sencillo de todos. Las reglas (a excepción del fuera de lugar, carambas) son simples, y lo único que se requiere para jugar es un balón. Prácticamente cualquier balón.
El fútbol es un juego simple. Y sin embargo, cada cuatro años no hay nada más serio en el mundo. Hay más países miembros en la FIFA que en la ONU. Eso significa, entre muchas otras cosas, que la Copa del Mundo hace verdaderamente honor a su nombre, porque alrededor del planeta hay gente siguiendo los partidos, si no de sus equipos, de algún otro favorito para ser el campeón. Alrededor del planeta la gente sufre, goza, llora, se emociona y grita de felicidad durante casi dos horas, todo por el destino de una pelotita ridícula que veintidós adultos se pasan de un lado a otro.
Por otro lado, para los 736 jugadores que llegan a la fase de grupos, el mundial tiene que ser la culminación de un sueño. Entrar a un estadio lleno de gente que sufrirá, gozará, llorará, se emocionará y gritará de felicidad si hacen bien las cosas no puede ser malo ni para la autoestima ni para el espíritu patriótico de cada uno de ellos. No son sólo personas, son héroes; son seres extraordinarios que tienen la inexplicable capacidad de hacer parecer que llevan un balón pegado a los pies mientras corren, y de hacer gritar a la mitad del mundo mientras lo hacen.
Y durante un mes, es todo lo que al mundo le importa. Veintidós adultos patean una pelota de un lado a otro, y un gran porcentaje de la población mundial baila para celebrarlo.
Siempre se me ha hecho una de esas cosas que un día los antropólogos del futuro estudiarán y considerarán una especie de ceremonia o culto bizarro.
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