Nunca olvidaré, hace ya algunos años, la primera vez que cociné en mi casa. El tiempo que viví sola aproveché para experimentar, para aprender, para comprar libros y recetarios, y por las reacciones de los compañeros que de repente me caían para desayunar, comer, cenar o gorronear pastel, creo que no lo hice tan mal.
Así fue que ya de regreso en la blanca Mérida, saqué uno de mis libros y me decidí a hacer la pasta que adornaba la portada: un fetuccini en salsa de queso crema con listones de calabacitas italianas. No demasiado complicado, muy lucidor y, pensé yo, hecho con ingredientes que le tienen que gustar a todos en mi casa.
Mi papá, en una de esas anécdotas que la gente que lo conoce diría que lo caracteriza, se sirvió una cantidad cautelosa y lo probó.
—Hmm. Está muy bien, pero pienso que deberías dejar que tu mamá cocine.
No fue exactamente un voto de confianza, y por mucho tiempo fue mi boleto a limitarme a jugar con el hornito mágico.
* * *
Ayer estaba leyendo Harry Potter como normalmente lo hago en el trabajo (sí, así es). Harry llegaba a la Madriguera después de una corta temporada con los Dursley, y la Sra. Weasley opinaba que se le veía desnutrido; leí como literalmente por arte de magia, le sirvió un tazón de sopa de cebolla, y-- Hmm, qué rico… sopa de cebolla. ¿Será difícil hacer la sopa de cebolla? La receta debe estar en internet.
Aparentemente, la sopa de cebolla es un objeto muy brillante. Busqué una receta, le mandé a mi mamá un mensaje para checar los ingredientes faltantes e hice planes para ir a Chedraui saliendo de trabajar.
Habiendo hecho eso regresé a la cada vez más trágica historia de Harry Potter, que es irrelevante para efectos de esta historia. También hasta cierto punto irrelevante es comentar la sorpresa que me llevé con el amplio surtido de chunches extravagantes y productos importados que hay en Chedarui; hasta pensé en hacer un check-in en Foursquare, pero decidí que a nadie le interesaría (mucho menos a Don Chedraui) saber que estaba en Chedraui. Como dije antes, irrelevante.
Llegué a mi casa y me puse a trabajar. La receta, en parte gracias a la amplia variedad de chunches extravagantes de las que mi mamá y yo hemos surtido su cocina, fue extremadamente fácil de seguir, y sin contar la quemadura que me di al servir la sopa como alguien que sólo ha cocinado tres veces en su vida desde el 2003, todo salió de maravilla y la sopa quedó lista para servirla con la cena.
Porque conozco al Dr. N y su aversión a romper el orden natural de las cosas, no le preparé una porción para él solo, sino que lo invité a probar la porción de la Sra. N.
—Está muy bueno… para el medio día —comentó, fiel a su propio orden natural, mientras se preparaba para tomar otra cucharada —. Deberías experimentar más seguido.
— ¡¿Cómo…?! ¿Después de aquella vez en que me dijiste que debería dejarle la cocinada a Mamá?
—Bueno —continuó, todavía tomando de la sopa de la Sra. N —, eso fue hace como 15 guisos.